miércoles, 14 de enero de 2009

Él conduce, ella maneja


Era su primer viaje juntos. En coche, sin planes ni mapas. La radio emitía música agradable ya escuchada. Las ventanillas estaban ligeramente bajadas. Conducía él. Ella, tras sus gafas de sol, dormitaba en el asiento del copiloto. El cielo estaba bonito. Y comenzó a oler a pedo. Él fue el primero en olerlo sin esperárselo. Supo al instante de qué se trataba, si bien tardó en decidir si dejarlo estar o, ante el intenso hedor, comentar algo. No dejaba de ser el principio de la relación. Aunque, por otra parte, podía significar dar un paso más en la confianza que poco a poco habían ido adquiriendo. Antes o después tenía que ocurrir y había sido ella la que había comenzado. Pero era muy pronto. Quizá ella durmiera. Y, se mintió, quizá aquello derivara de un acto involuntario. Y casi había decidido no comentar nada, abrir un poco más la ventana, dar aquello por no ocurrido, por no olido, cuando ella, desde detrás de sus gafas, sin abrir los ojos, comentó:
- Iván, ¿Te has rajado, verdad? Estás podrido, tío.
Y él, montado en la inercia de sus razonamientos anteriores, respondió:
- Lo siento, se me ha escapado.

3 comentarios:

  1. Hay que rajarse más, la escatología siempre genera situaciones jocosas. Y, recuerda, todo el mundo caga.

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  2. El pedo pretendía ser más un Mcguffin que otra cosa...

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  3. Dos viajeros se conocen en un tren. Uno le dice al otro: "Perdone, señor, pero ¿qué es ese paquete de curioso aspecto que está encima de su cabeza'" "Ah, es un MacGuffin". "¿Y para qué sirve eso?" "Sirve para atrapar leones en las montañas de Escocia". "Pero si no hay leones en las montañas de Escocia". "Ah, entonces, no es un macguffin".

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