miércoles, 9 de julio de 2008

El peluquero malagueño


Entro en la primera peluquería que veo desde que he decidido que me voy a cortar el pelo y en el mostrador no hay nadie. De detrás de una ancha columna se escucha el sonido de unas tijeras. Imagino que el que las maneja será el que me de hora y me quedo en el mostrador sin decir nada ni carraspear. Aparece una señora mayor de detrás de la columna sin que nadie haya dejado de cortar. "¿Te ha visto ya mi Jose?"; "No", respondo. "¡Jose!", grita ella. El ruido de tijeras cesa y de dónde surgió la mujer aparece un joven con aparato en los dientes, barbita inconsistente y cinturón de herramientas de peluquero. Le pregunto si me podrían cortar el pelo. Me emplaza para tres cuartos de hora más tarde, mientras apunta mi nombre en una agenda desolada.
Llego con antelación, pero me llama por mi nombre desde detrás de la columna y dos minutos después me está cortando el pelo. La señora que me dió la bienvenida no pierde detalle de lo que su Jose hace con mi cabello. Jose tose de cuando en cuando y la señora le reprende por no cuidarse ni comer. Jose no contesta, pero no parece que le molesten estos comentarios. Acaba muy rápido. Me ofrece lavarme el pelo, pero estoy al lado de casa y voy a ducharme, por lo que lo rehuso. "Como quieras..."; "Me dice qué le debo", pregunto; "Tuteame, hombre... Son 7 euros" Miro a ver si tengo suelto. Él me mira expectante. Pero no tengo monedas suficientes y le doy diez euros. Jose coge el billete, apunta el importe en la agenda en la que apuntó mi nombre, deja el bolígrafo sobre ella, saca un cerdito de porcelana de debajo del mostrador, le da la vuelta, le quita el tapón y de dentro saca tres euros que me da. "Muchas gracias", digo. "A mandar", me responde.

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