miércoles, 21 de marzo de 2012

La mesa de los despojos

He sido despojo en tres mesas de boda. Son mesas que ejemplifican el aforismo de poner a andar el camión a la espera de que los melones se coloquen solos. Novio y novia, futuros marido y esposa, colocan a sus invitados en mesas por afinidades de sangre, trabajo y amistad hasta que se dan cuenta de que hay unos cuantos que ni son familia, ni trabajan con ellos, ni comparten más amigos de los necesarios para un mus. Y he aquí que piensan, con criterio, que las mesas pupitre de boda no se llevan (todo se andará) y que hay que apelotonar los melones sobrantes en filas de ocho. Más que nada por las fotos del álbum y su función de idealización premeditada y anticipada de un recuerdo.

Fui sin pareja a una boda de un ex-amigo (ex- porque ya no nos tratábamos y no nos hemos vuelto a tratar). Otros dos ex-amigos comunes aceptaron ir a la boda. Y aquí se terminan mis conocidos de aquella boda, excepción hecha del novio. El resto del octeto lo formaba otro ex-amigo del novio no común, que iba solo, una prima tercera de la novia (habían sido muy íntimas a mediados de los 80), el gerente y empleado de una librería de Majadahonda en la que trabajó la novia y un chico risueño que nunca supe qué pintaba allí. Y no fue porque no lo preguntáramos. Sólo recuerdo que tenía una corbata con un bordado (en relieve) de un gato. No me quejo. De la mesa de los despojos era uno de los tres despojos más acompañados.

Dada nuestra común aversión al sinsentido que es comer y callar cuando los demás están de fiesta, en aquella mesa se conversó. Y hasta me aprendí un par de nombres (ya olvidados). En el momento de las copas juraría que los despojos se limitaban a mis ex-amigos.

Hoy me ha llegado una foto de la mesa. Hay un par de solomillos sin tocar junto a un pan perforado. Por encima estamos los 8 despojos. Ninguno de los chicos tenemos la chaqueta puesta. El gato luce. Sonreímos. La foto está bien hecha. Incluso diría, de no conocer a nadie, que es bonita. Pero no significa nada más que esa gente que te vas dejando por el camino y con la que no sabes muy bien que hacer. Excepto invitarlos a tu boda.

5 comentarios:

  1. Haciendo cómputo, me he dado cuenta de que he ido a muchas más bodas de familiares que de amigos (será que la gente de mi entorno no se casa, o se casan sin decírmelo y un día me los encuentro por la calle empujando un carrito con un cachorro humano). La cosa es que siendo familiar la sensación casi siempre es: "qué amigos más raros tiene mi primo". Y siendo amigo se sustituye por: "qué primos más raros tiene mi amigo". Sea como fuere, lo bueno de ir a una boda en calidad de amigo es ahorrarte la bochornosa estampa de algún tío (familiar directo) con una copa de más bailando "los pajaritos".

    ResponderEliminar
  2. Puede que sea un poco feo, pero solo acepto invitación a boda de gente muy cercana. Aunque no creas, que cada vez me llama más la atención eso de que te inviten a una boda en la que no conozcas a nadie. Ahí consigues unas microraciones sociales en las que te lo puedes pasar teta marcando todos los triples que se te ocurran, siendo un "invents" o siendo el rey trolas.

    En mi caso y por suerte, creo que ya se han casado todos los casables de mi familia. La peculiaridad de las bodas de mi familia es que somos piara. Todos juntos podemos llegar perfectamente a 40 personas (solo con tios, primos y parejas de todos por parte de my mother) y si no fuese porque mi madre es la más kaurismática de todos, yo tendría la suerte de pasar aún más desapercibido.

    ResponderEliminar
  3. Lo siento Kriskros pero la única forma de hacerte pasar desapercibido es escondiéndote en un armario. Un armario grande.

    Ya me puedes cascar cuando me veas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No va a ser hoy. Tampoco será mañana. Puede que dentro de unos días o quizá un mes. A lo mejor el año que viene. No sabes cuando será, pero te soltaré una tollina y te diré "¿Te acuerdas?"

      Eliminar