Te frotas los ojos con la violencia que el sentido común te dice que no hagas, pero nada termina de estar enfocado. Preocupado, vas a la óptica, pero allí te dicen que mejor vayas al oftalmólogo. Acudes primero al médico de familia, que es un sustituto mal afeitado de la guapa chica embarazada que te atendió la última vez; sin casi mirarte, verte o ver cómo ves, te deriva al oftalmólogo.
Dos meses sin enfocar nada hacen que todo el arte sea moderno, que todos los bebés sean igual de feos y que la palabra derivar aplicada a tu mirada te llegue a gustar. Llega el gran día. Ese que tu jefe espera con aún más ganas que tú. Llegas con antelación a la consulta, y aún así te toca esperar, está llena. Un bebé juega con sus pies en los brazos de su madre. Y mientras te preguntas si será ella o su crío al que el oftalmólogo ha de ver, la puerta se abre, de ella sale una cabeza que dice tu nombre sin mirarte y entras a tientas en la consulta.
Sales a los 10 minutos con las pupilas dilatadas y arrepintiéndote de haber dicho que sí que entendías cuando en realidad no has comprendido nada.
Al rato vuelves a entrar. Hablas, pero lo que importa parece que está dentro de tus ojos. Como si fueras una cámara de fotos gigante y el hueco por el que se mirara el objetivo fueran tus ojos. Solo comprendes dos cosa del oftalmólogo; una que dice: "Lo raro es que lo que sea en los dos ojos", y otra que escribe con letra de imprenta en un volante: "neurólogo".
Al salir de la consulta los ojos se te llenan de lágrimas. Otros dos meses viendo borroso, sin gafas que lo remedien y ya no confías en que te vayan a dar solución. A tu jefe no le va a gustar todo aquello. Y la palabra ceguera comienza a entrar en tu cabeza. Pero en ese momento, el niño que jugaba con sus pies, rompe a llorar... o a reir, tal es el ruido que no sabes. Nunca hubieras imaginado que de una cosa tan pequeña saliera algo tan profundo. Te acercas a él hasta que el aire de sus pulmones te mueve el flequillo. Le tocas sin tener muy claro el motivo (ni el lugar), pero te levanta el ánimo. Te enjugas las lágrimas. Y la mirada turbia desaparece siendo aquel niño de voz frondosa lo primero que ves nítido en meses.
Dos meses sin enfocar nada hacen que todo el arte sea moderno, que todos los bebés sean igual de feos y que la palabra derivar aplicada a tu mirada te llegue a gustar. Llega el gran día. Ese que tu jefe espera con aún más ganas que tú. Llegas con antelación a la consulta, y aún así te toca esperar, está llena. Un bebé juega con sus pies en los brazos de su madre. Y mientras te preguntas si será ella o su crío al que el oftalmólogo ha de ver, la puerta se abre, de ella sale una cabeza que dice tu nombre sin mirarte y entras a tientas en la consulta.
Sales a los 10 minutos con las pupilas dilatadas y arrepintiéndote de haber dicho que sí que entendías cuando en realidad no has comprendido nada.
Al rato vuelves a entrar. Hablas, pero lo que importa parece que está dentro de tus ojos. Como si fueras una cámara de fotos gigante y el hueco por el que se mirara el objetivo fueran tus ojos. Solo comprendes dos cosa del oftalmólogo; una que dice: "Lo raro es que lo que sea en los dos ojos", y otra que escribe con letra de imprenta en un volante: "neurólogo".
Al salir de la consulta los ojos se te llenan de lágrimas. Otros dos meses viendo borroso, sin gafas que lo remedien y ya no confías en que te vayan a dar solución. A tu jefe no le va a gustar todo aquello. Y la palabra ceguera comienza a entrar en tu cabeza. Pero en ese momento, el niño que jugaba con sus pies, rompe a llorar... o a reir, tal es el ruido que no sabes. Nunca hubieras imaginado que de una cosa tan pequeña saliera algo tan profundo. Te acercas a él hasta que el aire de sus pulmones te mueve el flequillo. Le tocas sin tener muy claro el motivo (ni el lugar), pero te levanta el ánimo. Te enjugas las lágrimas. Y la mirada turbia desaparece siendo aquel niño de voz frondosa lo primero que ves nítido en meses.
Muy chulo y bien enlazado. No me lo esperaba. Y además con Happy end!! qué más se puede pedir!!
ResponderEliminar"Dos meses sin enfocar nada hacen que todo el arte sea moderno..."
ResponderEliminarAhora que están con eso de ARCO lo encuentro acertadísimo.
Los finales felices están minusvalorados.
ResponderEliminarIr a ARCO me encantaba. Por la mierda que encontrabas y por lo que te parecía genial. Imagino que la diversión consistía en separar las cosas. Pero llegada una edad, cuantificaron el precio de esa diversión (20 euros hace años, no se cuanto ahora) y decidí que el Thyssen, el Prado y el Reina Sofía juntos eran más baratos.
Es decir: Ir GRATIS a ARCO me encantaba.
¡Dí SÍ a lo que es gratis!
ResponderEliminarA mí también me molaba ir a ARCO cuando la escuela de artes o la facultad organizaba una excursión. Pero cuando empezaron a pedir esos veinte truenos por barba para entrar me lo pensé dos veces...