El cumpleaños

Apagó el despertador siendo consciente de que era el día de su cumpleaños. Se duchó, desayunó e hizo lo que hubiera hecho cualquier otro día con la excepción de encender el móvil. Lo tuvo en la mano unos instantes antes de salir de casa camino del trabajo, pero decidió dejarlo sobre su escritorio. Apagado. Dejó correr el día sin comentar a nadie que aquel día cumplía 34. Aunque habló en alto de sus nuevas canas y de lo poco que Jordi Hurtado había envejecido. Cuando le preguntaron que si se quedaría a comer en el trabajo decidió que así lo haría. Cuando terminó lo que se le había asignado para aquel día se demoró en contestar mails aplazados y blogs solo leídos por encima. A las 7, decidió volver a casa. Abrió la puerta con el cuidado que hubiera empleado de vivir con sus padres y ser un adolescente borracho a las 5 de la mañana. Colgó el abrigo en la entrada y su chaqueta en una percha. Fue a su estudio y cogió el móvil. Sin encenderlo se lo llevó a la cocina. Se sirvió un vaso de leche (tras oler el brick) y, tras el primer cauteloso sorbo, encendió el móvil.
Y esperó, y esperó y esperó.