martes, 9 de diciembre de 2008

El otro


Cuando vivía en Granada, uno de mis compañeros de piso era topógrafo. Si llovía, por hacerse barro en el terreno y poder modificar las mediciones, no trabajaba. Cada mañana, cuando oía el despertador, rápidamente abría la persiana esperando la lluvia como lo haría un agricultor manchego. En los dos años que viví con él, no dejó de trabajar más de diez días. Ahora vive en Orense (es gallego), pero no trabaja en lo mismo. Ahora cada vez que llueve piensa que si viviera en el sur no iría a trabajar. Pero lo piensa sin acritud. Con optimismo.

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